miércoles, 1 de octubre de 2008

Un modelo para innovar (Resumen de Maside)

“Un modelo para innovar”
Roberto Carballo

Resumen del artículo

Se nos plantea en este artículo un modelo básico para innovar, aplicable a todo tipo de empresa u organización, yo diría que también aplicable a cualquier persona.

El punto de partida del modelo es identificar el origen de todo proceso de innovación, que para el autor es el concepto de escasez/necesidad.

Las organizaciones opulentas no se plantean la innovación, creen que no la necesitan, bien porque dominan el mercado (ya sea por una posición de monopolio o por algo semejante) bien porque se encuentra efectivamente en una situación de superabundancia que les impide ver más allá.

La innovación, plantea el autor, nace de la necesidad, de la escasez, ella nos impele a la asunción de riesgos para superarla, nos empuja a buscar nuevas fórmulas de ser y de actuar para salir del marasmo o de la inanición pura y simple.

En el momento en que sentimos la necesidad de movernos es necesario buscar y encontrar un sentido a nuestra actividad de búsqueda, es indispensable, como plantea el autor, dotarnos de un proyecto, y esos dos condicionantes, necesidad/escasez y proyecto, son los que crean las condiciones de un desarrollo armónico, es decir un desarrollo basado en la necesidad de superar una escasez y de acuerdo con un plan. Como consecuencia casi inevitable, el desarrollo da lugar a procesos y fórmulas innovadoras.

Pero es necesario definir primero la necesidad, es necesario definir claramente el escenario en el que nos encontramos para poder trazar luego el plan a seguir. Y en esa tarea lo esencial es partir de la realidad, de nuestra experiencia particular sin máscaras ni maquillajes.

Solo conociendo y asumiendo esa realidad particular es posible trazar un plan, un proyecto y ejecutarlo. Y ¿cómo se hace eso? Pues con el viejo método de toda la vida, con el que la mejor versión del hombre ha llegado hasta donde estamos, con el que ha llegado a definir la ciencia: ensayo y error, y vuelta a empezar.

Esto lo plasma el autor con la afirmación “haciendo se aprende”, y además nos recuerda que no sólo sirve para eso sino que, como las buenas costumbres, genera otros beneficios tales como mejorar la autoestima y la satisfacción, entre otros muchos.

Pero va más allá el autor con una afirmación que pudiera parecer de Perogrullo, pero que en los tiempos que corren donde hasta las cosas más nimias se mitifican, es pertinente: Los sabios, los científicos, esos seres extraordinarios, llegaron a ser tales simplemente, y no es poco, haciendo cosas, experimentando, probando cosas nuevas, equivocándose y tomando nota de ello, aprendiendo en suma del error y volviendo a intentarlo una y otra vez. Dice el autor que se hace uno sabio y científico haciendo, nadie llega a nada sólo pensando, hay que ponerlo en práctica y comprobar que funciona.

Así llega a definir lo que sería la gran “fórmula mágica”: experimentar con método y supervisor. Es más fácil, explica, no partir de cero sino aprovechar las experiencias previas de otros y, si se tiene la oportunidad, que alguien que sepa de lo que va nos supervise en nuestros primeros pasos.

Pero una vez que tenemos claro lo anterior, el autor nos plantea un camino con lo que denomina las cuatro ces: Cliente, Calidad, Comunicación y Estilo directivo.

La primera C es el Cliente, que el autor llega a definir gráficamente como un faro que debe guiar el camino de la innovación.

El cliente es imprescindible para innovar, es un resorte para producir escasez de forma contínua.

¿Cómo es eso? Pues bien la realidad de la que tiene que partir la organización es averiguar qué quiere el cliente ahora y que puede querer en el futuro: La organización tienen que aspirar a satisfacer las necesidades actuales del cliente y anticiparse a las necesidades futuras.

Al intentar satisfacer al cliente, al poner a trabajar a la organización en ese sentido, ésta aprende continuamente.
Pero un proyecto debe contener objetivos (metas), estrategias (cómo y qué hay que hacer) y valores, y además debe ser conocido y compartido por la organización ( si sólo lo conocen los líderes, si sólo es algo que los jefes ordenan ejecutar y los subordinados ejecutan sin más, está condenado al fracaso, al menos como proyecto de innovación, posiblemente como proyecto de empresa también).

Un proyecto, se nos dice, debe basarse en la calidad, en la comunicación y en el estilo directivo.

La calidad no es una apariencia o un signo externo, sino un proceso y un sentimiento profundo que impregna a la organización, que hace sentir a sus miembros orgullosos de participar. La calidad es la segunda C del camino de la innovación.

La tercera C es la comunicación, pero el autor muestra especial cuidado en definirla para no confundirla con la labor de divulgación o de mera comunicación de noticias, y así la define en el sentido de intercomunicación, que significa colaboración, intercambio de información, apoyo al grupo y apoyo mutuo, cooperación entre iguales o diferentes…

Justo al lado de la comunicación así definida y su calidad, está el grupo de trabajo. Y nos dice el autor que una organización, o una persona, cambia radical mente si trabaja en grupo, contando con los otros, mirando al exterior para aprender e incorporar ideas nuevas.

La cuarta C es el estilo directivo, el liderazgo.
Nos dice el autor que para innovar, para mejorar, en realidad para todo, se requiere fundamentalmente la voluntad de hacerlo, y eso depende del liderazgo.

El estilo de dirección adecuado es el de dirigir con sentido común y con coherencia, y el autor, claramente contrariado por la realidad que la experiencia de los años le muestra en nuestro país, declara que ese sentido común no abunda. Manifiesta su frustración contundentemente y expresa una idea que comparto plenamente pues me ha tocado más de una vez sufrir: Dice, refiriéndose al estilo más abundante de liderazgo, “…se sabe poco de lo que cuesta hacer las cosas y el capricho o la irracionalidad presiden el errático sentido de los que dirigen”.

Como conclusión categórica expresa, y yo humilde y amargamente comparto, que el autoritarismo es fruto de la ignorancia.

Como contraposición a esa mala práctica del liderazgo enumera las actitudes directivas correctas: Dirección implicada en el proyecto, promover la intercomunicación, justicia y transparencia, inspirar confianza, sinceridad y coherencia y por último mostrar respeto con los demás.

Como colofón manifiesta que un estilo directivo más innovador es un estilo más participativo, más grupal y más democrático.

Hace una última anotación para los valores y la innovación. Los valores, nos dice, son los que dan coherencia y sentido global al modelo, son su argamasa.

Y abunda manifestando que los valores deben ser coherentes entre si y corresponderse con los estilos practicados, los resultados perseguidos y los recursos utilizados para ello.

Como resumen final nos propone un sistema de valores basado en el respeto, la responsabilidad, la mejora continua y la calidad-grupo, dibujándolo sumariamente así:

-El cliente nos ayuda a construir el respeto (el trato cortés con los miembros de la organización es otra cosa, sólo el factor externo a la organización, como es el cliente, da la prueba del nueve del respeto)

-El compromiso, indispensable en el desarrollo del proyecto, se alcanza a través de la responsabilidad.

-La vida se construye con pequeña mejoras continuas: La base de la innovación es la mejora continua.

-Por último nos reitera que la mejora continua es más fácil si se hace en grupo: El grupo expresa potencialmente alta calidad.

No es malo camino a seguir, como decía al principio, en nuestra propia vida.
Ourense, 1 de octubre de 2.008

José Manuel Maside Nóvoa


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